Con bastante frecuencia he utilizado este video del discurso pronunciado por Jeff Bezos en la Universidad de Princeton en el año 2010, como ejemplo de un discurso que, a mi juicio, dice muchas e interesantes cosas.

La primera vez que lo escuché, ya hubo una afirmación que captó mi atención: “es más fácil ser inteligente que buena persona”. A partir de la misma Bezos construye un discurso muy inteligente, muy bien estructurado y del que se puede aprender bastante.

Desde mi perspectiva, la afirmación de que es más fácil ser inteligente que buena persona le daba una nueva perspectiva al concepto de talento que para mi dejaba de ser una mera acumulación de competencias de todo tipo, para incorporar, también, algo muy importante: las decisiones y elecciones que tomamos. Así pues, comencé a ver el talento como la suma de los dones recibidos y de las decisiones tomadas. Eso era lo que construía una personalidad y lo que nos permitiría, el día de mañana, mirar hacia atrás y contemplar la vida que hubiéramos construido y si de la misma nos sentiríamos plenamente orgullosos.

Bezos ponía en su discurso en un lugar preminente la idea de libertad. Es cierto, somos lo que elegimos ser, somos el fruto de nuestras decisiones. Y aquí entra en juego la libertad, nuestra libertad de elegir. Es desde nuestra soberanía desde donde tomamos la decisión de ser lo que elegimos ser, es nuestra responsabilidad la construcción de la persona que queramos ser.

Por último, pero no por ello menos importante, Bezos hablaba de la ética de las decisiones. Nos planteaba si desde esa libertad nuestras decisiones se fundamentaban en valores sólidos porque se corría el riesgo de autoseducirse con los propios dones.

Su discurso casi finalizaba con una serie de preguntas haciendo algo parecido a un imaginario viaje al futuro en el que se miraba hacia atrás en la vida.

Hoy conocemos mucho más sobre el recorrido de Jeff Bezos y lo que ha construido. Hoy sabemos mucho más -bueno, regular y malo- de lo que es Amazon.

Lo que me pregunto es si hoy Bezos elaboraría el mismo discurso; si seguiría pensando igual; si ha elegido ser mejor persona; si se ha dejado seducir por sus dones; y si las respuestas  a las preguntas (preguntas intemporales) que hacía al final de su discurso, hoy serían las mismas que en el año 2010.