francisco

Fue el 13 de marzo del 2013. Ese día Jorge María Bergoglio fue elegido Papa. Eligió el nombre de Francisco. Dentro de unos pocos meses se cumplirán cuatro años de su elección.

No sé nada de teología, casi tampoco sé nada de cómo funciona la Iglesia más allá del funcionamiento de una sencilla Parroquia del barrio en el que vivo. Pero conforme ha ido pasando el tiempo me asombra la manera en que este hombre elegido para guiar los caminos de la Iglesia es tratado, no ya por el mundo, sino por la propia gente de la Iglesia. Hasta el punto de que no puedo evitar decirme a mí mismo muchas veces ¡pobre Santo Padre!

Los que se llaman auténticos católicos, otros los llaman conservadores o reaccionarios, miran a este Papa con un cierto asombro porque les parece que rompe con la tradición, con la doctrina, porque “no se calla”, hasta el punto de que cuando he dedicado tiempo a leer blogs o webs de estos personajes me he encontrado con descalificaciones personales, consideraciones (por supuesto negativas) ad hominen e incluso le califican de hereje y de que se cargará la Iglesia. Además lo dicen con la autoridad que les dan sus púlpitos (porque algunos son sacerdotes o más), otros son laicos pero “saben mucho” y están en la verdad. Además, afirman que menos mal que están ellos porque si no la Iglesia estaría condenada.

Por otro lado, están los que se consideran a sí mismos “pueblo de Dios”, otros les llaman progresistas. Para estos Francisco es una especie de “soplo de aire fresco” y no hacen otra cosa que intentar patrimonializar la figura del Papa. Todo lo que dicen lo hacen con la coletilla de “Francisco nos dice” para dar autoridad a sus argumentaciones, y así sucesivamente. Si acaso ponen de manifiesto que quizás va demasiado despacio en sus reformas. Porque éstos “saben perfectamente lo que la Iglesia necesita para adecuarse a los tiempos”. Puestos a ello, hasta ponen en marcha iniciativas para apoyar al Papa y así “defenderle de esos conservadores que no quieren que nada cambie”.

En ambos grupos observo esa mirada corta y miope de no ver más allá de las propias narices, y sobre todo sospecho (y reitero lo de sospecho porque no tengo ninguna evidencia) que no son capaces de mirar con los ojos de Dios, sino con los propios deformados por sus convicciones, puntos de vista, comportamientos gregarios y lo que me parece peor, cerrazón de mente y corazón.

Ya no digo nada de las lindezas que se dedican mutuamente a la menor oportunidad. Como además tienen sus respectivos grupos de fieles y palmeros, pues ahí siguen tan felices. Ambos grupos defienden sus posturas con el argumento de la fidelidad a la Iglesia (unos) o de fidelidad al Evangelio (los otros).

Todos ellos suelen ser muy cansinos, me generan mucha pereza y cada día procuro dedicarles menos tiempo. Sólo pienso en que de la misma manera que el hombre de Nazareth llevó a los hombres y mujeres la esperanza y la verdad, este Papa está haciendo lo mismo en medio de un mundo que no parece tener demasiada esperanza y que no anda sobrado de verdad. Lo que me sorprende, me asombra y me duele es que sea desde dentro y en el nombre de Dios, desde dónde se le quiere hacer daño.

Dejo para otro día comentar respecto a los que no creen en Dios, ni en Jesús, ni en la Iglesia, ni en nada parecido, pero no paran de decirnos a los que sí, cómo debe ser la Iglesia, como debemos vivir e incluso cómo debemos morir. Ahora ya no tengo energías.

En fin, a mis años, afortunadamente, no he dejado de creer ni en la esperanza ni en la verdad. Y eso me gusta.

Buena semana a todos.