Eowyn

¿A qué teméis, señora? –le preguntó Aragorn.

A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre.

El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

La respuesta de Eowyn recoge fielmente lo que pienso muchas veces que sucede en la vida de las personas.

Hace poco leía una historia contada por Bonnie Ware que durante muchos años trabajó en una unidad de cuidados paliativos atendiendo a enfermos terminales. En un libro que ha publicado “Regret of the dying” relataba los motivos más comunes de arrepentimiento que las personas que iban a morir le habían ido transmitiendo.

Uno de los que citaba, y además en primer lugar, era “desearía haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, no la vida que otros esperaban de mí”.

Me sorprendió el parecido que todo ello tenía con lo que Eowyn le dice a Aragorn en la obra de Tolkien.

Vivimos, con demasiada frecuencia, encerrados tras unos barrotes reales o inventados y cada día que pasa perdemos la oportunidad de librar grandes batallas y hazañas, esas que hacen que el mundo sea un lugar un poco mejor.

No, no se trata de convertirnos en héroes de leyenda, no se trata de sorprender al mundo con ninguna cosa extraordinaria. Cada día que vivimos debiera ser vivido con la plena conciencia de que estamos haciendo lo correcto, de que nuestra contribución es la que el mundo necesita, de que estamos en el lugar al que realmente pertenecemos. Desde el más humilde lugar de la tierra hasta al aparentemente más sublime, una persona ha de plantearse que vida quiere y debe vivir, fruto todo ello de una decisión libre y responsable. Y fíjense que no hablo solo de querer sino de deber y de responsabilidad.

Somos como un diamante en bruto. Hay que pulirlo, hay que trabajarlo y eso hemos de hacerlo nosotros, poniendo en ello toda nuestra sabiduría. Podemos dejar que nos ayuden los demás, pero en algún momento habremos de coger los mandos de nuestra vida.

Y no se trata de que en esa llamada a dirigir nuestra vida acabe generando un narcisismo insoportable. Dirigir la propia vida se ancla en los principios y en los valores. Ese posible narcisismo lo veo más vinculado a esa idea de marca personal, que a base de tanto marketing y tanta publicidad, acaba creando una figura diferente de la realidad, distorsionada y decepcionante para uno mismo y, como era de esperar, decepcionante para los demás.

Dirigir la propia vida es servir, es ponerse a disposición de los demás. Y es saber, también, cuando uno ha de decir basta porque servir no casa bien con el abuso. Son incompatibles. Dirigir la propia vida es pensar en los demás, algo que también es incompatible con el narcisismo. Es actuar como Magic Johnson cuando afirmaba que “la capacidad de hacer mejores a mis compañeros es lo que más valoro de mi carrera”.

Dirigir la propia vida es actuar como aquel bello pensamiento africano que decía que “una persona es solo una persona a través de los demás” porque solo los seres humanos podemos establecer la humanidad de los demás.

Cuantas veces he de observar por mi profesión a muchas personas que dirigen a otras sin saber dirigirse a sí mismas. Y están dirigiendo a otras porque alguien un día les dijo que valían para ello, y aunque en su fuero interno había alguna vocecilla que les decía que eso pudiera no ser lo suyo (la libertad y los principios todavía gritando desde el interior) no supieron decir que no, pues todo era ¡tan atractivo, tan envolvente y tan sugerente! Y no importaba lo que esa persona pensara, sino lo que pensaran los demás, o la organización.

Qué poco se enseña a dirigir la propia vida. Al principio me sorprendía pero luego lo he ido entendiendo porque no suele haber nada más peligroso que alguien libre. Y en definitiva, dirigirse a uno mismo, es actuar con libertad y desde la libertad.

Cuando no se dirige la propia vida se corre el riesgo de vivir la vida de otros, un peligro del que ya nos advertía Steve Jobs, o de vivir la vida como quieren otros. Ambas situaciones son un desastre.

Y si ahora fuera el final de tu vida, pregúntate si a tu cabeza y a tu corazón (qué importantes son ambas y no una sola) llegaría el temor de Eowyn o ese pensamiento de no haber tenido el coraje de vivir tu propia vida sino la que los demás esperaban. ¿Cuál sería tu respuesta?

¿Diriges tu propia vida?

¿Hay demasiada gente diciéndote lo que debes hacer?

¿Eres de los que diferencian en su comportamiento entre la vida personal y la profesional?

¿Cuánto sabes de ti mismo que te ayude a saber a qué lugar perteneces?

¿Estás dirigiendo tu vida desde el servicio, desde la disponibilidad, desde hacer a los demás mejores?

¿Crees que el lugar en el que estás es en el que puedes hacer tu mejor contribución?

¿Tus resultados son los mejores resultados posibles?

Y si no es así, ¿qué vas a hacer?

Y no, no te estoy proponiendo una vida más fácil en la que los sueños se cumplen y todo fluye de maravilla. Al contrario, estas líneas te proponen algo que no es fácil, algo que no es sencillo, algo que se fundamenta mucho en el deber (ese verbo tan denostado) junto con el querer (ese verbo tan ensalzado, en cambio) en un adecuado equilibrio. Creo que era Séneca quien decía “el mayor de los imperios es el dominio de uno mismo”

Entabla batallas, lleva a cabo hazañas, vive la vida que de verdad has de vivir y sobre todo, sé libre.